Hablar de Sauternes es hablar de un lujo silencioso, de vendimias minuciosas y de una uva transformada por la naturaleza. En ese universo, Château de Fargues ocupa un lugar especial: una propiedad muy antigua en una de las denominaciones más prestigiosas de Francia, cuna de los grandes vinos blancos dulces.
Lo que hace único a Fargues no es solo su origen, sino su continuidad: la finca pertenece a la familia Lur Saluces desde 1472. Un caso extraordinario de longevidad patrimonial, íntimamente ligado a la historia de la región y a la evolución de sus vinos.
En Château de Fargues, naturaleza y mano humana trabajan en complicidad para lograr una uva de enorme riqueza aromática, sensible a los caprichos del Botrytis cinerea, la famosa “podredumbre noble”. Este hongo microscópico multiplica los aromas de las variedades y revela con precisión el terroir. De esa alquimia nace un Sauternes raro y precioso: un “Sauternes firmado Fargues”, pensado para compartir, celebrar y disfrutar sin prisa.
La historia de Fargues se remonta siglos atrás. La propiedad es conocida por los restos de su fortaleza, cuyas raíces se sitúan en la Edad Media y que con el tiempo pasó por diferentes manos hasta quedar vinculada a la familia Lur Saluces en el siglo XV. Desde entonces, la presencia familiar en Sauternes ha marcado el carácter de la casa.
Durante generaciones, Fargues convivió con otras fincas de la región y fue parte de un patrimonio agrícola amplio. Sin embargo, su vocación de gran vino dulce se fue consolidando con el tiempo, especialmente gracias a una visión clara: producir Sauternes con exigencia absoluta, sin atajos, aunque ello suponga rendimientos bajísimos.
En la era moderna, la familia —con Alexandre de Lur Saluces al frente— impulsó la renovación de la propiedad y reafirmó su identidad. Su enfoque ha sido siempre el mismo: perseguir la excelencia, incluso cuando la naturaleza no lo pone fácil, y dar a Sauternes un lugar en la mesa más allá del momento del postre.
El estilo de Château de Fargues nace de una idea esencial: la calidad se construye desde la viña, y el Botrytis no se “fabrica”, se acompaña. El equipo trabaja durante todo el año preparando los suelos, cuidando la vid y favoreciendo que la “podredumbre noble” actúe en el instante oportuno, durante la sobremaduración del grano.
Aquí no hay concesiones. La selección es extrema: los vendimiadores eligen racimos, fracciones de racimo e incluso uvas una a una, descartando todo lo que no pertenezca a la botrytis deseada y eliminando cualquier rastro de podredumbre gris. Un trabajo lento y costoso, imprescindible para preservar pureza y complejidad.
El resultado es tan espectacular como sacrificado: el botrytis deja muy poco rendimiento, apenas lo suficiente para obtener un vino concentrado, profundo, de gran precisión aromática. En bodega, el mosto continúa su transformación: las levaduras convierten parte del azúcar en alcohol, y el vino se construye con paciencia hasta alcanzar equilibrio y elegancia.
En copa, Château de Fargues expresa un gran Sauternes en clave de armonía: un balance sutil entre dulzor y frescura, entre fruta confitada y notas más vivas y aciduladas, entre perfume floral y mineralidad. Una botella que invita a celebrar, sí, pero también a entender Sauternes como un vino serio, gastronómico y memorable.