En Lanzarote, la viticultura no se explica sin el volcán. Tras las erupciones de Timanfaya (1730–1736), que cubrieron cerca de un tercio de la isla con ceniza, nació un modelo de cultivo único: cepas plantadas en hoyos excavados en el picón, protegidas por muros de piedra seca para frenar el viento y atrapar la humedad. Desde fuera, esos viñedos parecen cráteres; por dentro, son una lección de resistencia.
Todo aquí es extremo y, precisamente por ello, verdadero: densidades bajísimas (a menudo por debajo de 300 cepas por hectárea), ausencia de riego y un paisaje tan hostil que la filoxera nunca llegó a instalarse. Muchas parcelas siguen plantadas a pie franco y algunas superan el siglo de vida. No es viticultura “de tendencia”; es sostenibilidad por necesidad, o no es.
Las variedades locales hablan con una voz distinta en estos suelos negros. La Malvasía Volcánica es la gran protagonista: más tensa y seca que otras malvasías, con salinidad y filo. El Listán Blanco aporta nervio y sobriedad, y el Diego (Vijariego) añade un perfil austero, vegetal y de acidez marcada. El estilo general está lejos de lo exuberante: blancos secos, de alcohol moderado, acidez firme y un trazo salino que recuerda más al Etna que al Mediterráneo.
Durante décadas, el relato lo definieron bodegas históricas como El Grifo o Bermejo. Hoy, sin embargo, una nueva generación está releyendo la isla desde lo mínimo y lo parcelario, con vinificaciones naturales y una voluntad clara de mostrar el paisaje sin maquillaje. En ese cambio de etapa, David Fernández destaca como una de las voces más jóvenes y valientes.
David Fernández (Lanzarote, 1994) no llega desde una herencia vitícola directa. Su historia empieza de forma radicalmente contemporánea: en 2020 vinifica sus primeras 500 botellas sin bodega propia y con una idea nítida: recuperar viñas olvidadas y embotellar su identidad sin ornamentos. En apenas unas campañas ha multiplicado la producción hasta alrededor de 7.600 botellas, manteniendo el mismo enfoque artesanal y de precisión.
Lo suyo se parece más a un atlas que a una marca. Compra, rehabilita y cuida microparcelas en vaso tradicional, muchas de ellas centenarias y a pie franco, en condiciones durísimas. Cada vino responde a una topografía, un suelo, una exposición. Y cada parcela se vinifica por separado con mínima intervención: fermentaciones espontáneas, muy bajo sulfitado, sin estabilizar, y uso contenido de recipientes (inox y madera vieja) para no tapar el lugar.
Masdache – La Magdalena nace en el entorno de La Geria, en hoyos profundos donde la Malvasía Volcánica se acompaña de Listán Blanco y Diego. Fermenta entre inox y barrica usada, y ofrece un perfil eléctrico: piedra fría, salinidad precisa y una textura crujiente. Producción muy limitada.
Valle de Chibusque procede de una parcela expuesta a los alisios entre Tizalaya y Chibusque. Aquí aparece una breve maceración con pieles y una crianza en barricas viejas (incluida acacia), que le da más volumen y complejidad: flor seca, manzanilla y un final netamente salino. Es, en estructura, de los más completos de la gama.
Mancha Blanca es Malvasía Volcánica en una lectura más directa y “clásica” dentro del carácter isleño: fruta blanca, recuerdo de hinojo y mineralidad elegante, sin estridencias. Un vino de pureza y medida, que enseña la finura de la variedad cuando el exceso no manda.
Aganada, en el Valle de Haría, es un monovarietal de Diego que resume la faceta más afilada del proyecto: alcohol bajo, notas de manzana verde, salmuera e hinojo, y una acidez punzante que estira el vino en vertical. Fermenta en inox y termina en madera vieja sobre lías para ganar profundidad sin perder filo.
Maho Blanco es la cuvée coral: un ensamblaje territorial que une distintas zonas y variedades (Malvasía Volcánica, Listán Blanco y Diego) vinificadas por separado y afinadas sobre lías antes del coupage. Más accesible, más de mesa, pero con la firma de la casa: salinidad amable y tensión suficiente para invitar a otro trago.
Maho Tinto abre una nueva vía: Listán Negro con un pequeño porcentaje de Diego, procedente de varias zonas y trabajado con despalillado manual y muy poca extracción. Ligero, fresco, especiado y terroso, alrededor de 12% vol., propone un lenguaje distinto para el tinto volcánico: menos peso, más paisaje.
David Fernández elabora vinos que no buscan gustar a gritos. Son secos, filosos, salinos y profundamente atlánticos. Lanzarote sin maquillaje: ceniza, viento y memoria convertidos en precisión líquida.