La Chenin Blanc es una variedad de uva blanca francesa originaria del valle del Loira, a la que también se le conoce como “pineau de la Loire”.
Predomina en Francia, pero la Chenin Blanc también está presente en otras partes del mundo, siendo la variedad más plantada en Sudáfrica, donde recibe el nombre de “Steen”, y también podría ser la primera uva plantada en ese país. También la encontramos en diferentes zonas vitícolas de Australia.
Destaca por ser una variedad de uva con una elevada acidez, siendo muy utilizada para producir vinos espumosos, entre los que destaca por encima del resto el “Crémant de Loire”, uno de los espumosos franceses más populares.
La Chenin Blanc es una variedad muy sensible a los hongos de la madera, destacando la eutipiosis, y también a los ácaros. Es ligeramente susceptible al oídio, la polilla del racimo, y aguante bien el mildiu y el black rot.
Los racimos son medianos y grandes, compactos y con pedúnculo corto. Por otro lado, las bayas son pequeñas y uniformes, con piel verde amarillenta, bastante pruina, difícil desprendimiento y hollejo de grosor medio. La pulpa no está pigmentada, es blanda, jugosa y no presenta sabores muy particulares.
Las cepas de Chenin Blanc son muy vigorosas, tienen un porte caído y una elevada fertilidad, adaptándose a la perfección a podas con pulgares cortos.
Respecto al potencial enológico de la Chenin Blanc, produce mostos de elevada acidez, que si no cumplen su ciclo vegetativo a la perfección, no maduran correctamente. Por su elevada acidez, es muy utilizada para producir espumosos y vinos secos afrutados, aceptando muy bien el envejecimiento en barricas de madera.
Los vinos elaborados con Chenin Blanc varían mucho según las condiciones del suelo, del tipo de cosecha y las técnicas de vinificación. Por lo general, los Chenin Blanc producidos en zonas frías son dulces, ácidos y con mucho cuerpo.
Los vinos de Chenin Blanc son de color amarillo verdoso con ligeros reflejos dorados, y tienen un característico aroma que recuerda a la repostería y a los frutos secos.
Son vinos afrutados y ligeros, con una cierta acidez que les aporta una mayor frescura y hace que sean muy agradables de beber.
En cuanto al maridaje, combinan muy bien con aves, pescados, quesos y platos de cocina oriental. Y en el caso de los más dulces, también maridan de forma excepcional con postres, especialmente si tienen una base de manzana.
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