Kongsgaard

Kongsgaard

Kongsgaard es una de esas bodegas que explican por qué Napa no es solo Cabernet. Con una producción limitada a lo que la familia puede hacer con sus propias manos, John y Maggy Kongsgaard construyeron, sin prisa y con una convicción casi obstinada, uno de los proyectos más respetados del valle. Sus vinos —poderosos y a la vez gráciles— nacen de viñas trabajadas con intensidad y de una filosofía de mínima intervención que antepone la expresión del viñedo a cualquier artificio.

El origen de todo está en una ladera al este de Napa. En los años 70, John y Maggy plantaron Chardonnay en tierras familiares, dando vida a lo que más tarde se conocería como The Judge Vineyard. La primera añada comercial llegó en 1996, pero el viñedo ya llevaba más de quince años asentándose cuando el vino salió al mundo. Una rareza en California: un “grand vin” nacido de paciencia y de raíces profundas, literalmente.

Con el paso del tiempo, el proyecto se convirtió en una referencia absoluta. No lo dicen solo los coleccionistas: Eric Asimov (The New York Times) afirmó que “Kongsgaard hace consistentemente el mejor Chardonnay de California”. Y ese comentario encaja con algo que cualquiera percibe al probarlos: son blancos con amplitud, sí, pero con una tensión y una salinidad que los mantiene siempre en equilibrio.

Raíces en Napa (mucho antes de que Napa fuera Napa)

La historia familiar de John Kongsgaard está ligada a Napa desde hace generaciones. Él creció en un valle muy distinto al de hoy, antes del glamour, los grandes resorts y las experiencias de cata diseñadas al milímetro. En los años 70 y 80, cuando Napa estaba poniendo los cimientos de su identidad vitícola moderna, John estaba allí aprendiendo y trabajando, formándose en viticultura y enología en UC Davis y haciendo vendimias en bodegas clave. Mentores como Fred McCrea (Stony Hill), Warren Winiarski (Stag’s Leap Wine Cellars) y André Tchelistcheff marcaron su mirada: respeto por la uva, rigor y un sentido del oficio profundamente clásico.

De hecho, fue André Tchelistcheff quien le sugirió plantar Chardonnay en Stonecrest Drive. John siguió el consejo casi a ciegas, eligió material vegetal histórico (Old Wente) y apostó por un sitio difícil: suelos volcánicos, muy someros y limitantes. Dificultad, en Kongsgaard, siempre ha sido sinónimo de concentración y carácter.

The Judge: un viñedo extremo que lo cambia todo

The Judge Vineyard es pequeño y exigente. Sus suelos volcánicos, poco profundos, reducen el vigor de forma natural y empujan a la vid a dar racimos pequeños y uvas diminutas: pura intensidad. Es un viñedo que no “regala” nada, y mantenerlo vivo es casi una labor de artesanía. Con el tiempo, parte se replantó y hoy conviven cepas maduras con condiciones durísimas que explican esa concentración tan característica.

La etiqueta “The Judge” —homenaje al padre de John— se ha convertido en una anomalía fascinante: uno de los Chardonnays más buscados (y más caros en el mercado secundario) del mundo en una región dominada por el culto al Cabernet. Y aun así, su grandeza no va de tamaño, sino de forma: textura, salinidad, longitud y una energía que parece iluminar el final de boca.

Una bodega de manos, no de volumen

Kongsgaard empezó oficialmente con la primera añada en 1996, y una década después se sumaron Alex Kongsgaard y Evan Frazier, ambos enólogos, para consolidar un proyecto generacional. Tras la enfermedad y posterior fallecimiento de Maggy en 2020, Alex asumió un papel aún más central, especialmente en el cuidado de The Judge. Su enfoque ha sido claro: no cambiar el estilo, sino refinarlo; empujar la viticultura hacia lo orgánico (hoy los viñedos que trabajan están certificados) y ajustar detalles para que el vino sea aún más “él mismo”.

El trabajo de Alex en viña es casi de jardinero obsesivo: estrategias de replantación, compost, preparados naturales y un cuidado constante para sostener un viñedo de vigor bajísimo. Esa intimidad —cinco o seis acres, a minutos de casa— permite un nivel de atención que explica por qué Kongsgaard produce tan poco: solo lo que pueden hacer ellos con sus manos.

El estilo: potencia con elegancia (y mínima intervención)

Kongsgaard se apoya en una elaboración deliberadamente “arcaica” y de baja intervención. La idea es proteger la fruta y dejar que el viñedo y la añada escriban el guion. Sus vinos son intensos, sí, pero jamás pesados: tienen esa cualidad rara de ser amplios y atléticos a la vez, como si la estructura estuviera perfectamente entrenada. Es un estilo que muchos describen como de inspiración europea, pero con la densidad y la luz propias de Napa.

En conjunto, Kongsgaard es un proyecto de culto por una razón sencilla: no persigue volumen ni espectáculo, sino expresión. Y cuando esa expresión sale tan nítida —una mezcla de concentración, salinidad y belleza tranquila— el resultado se vuelve inolvidable.